martes, 27 de diciembre de 2011

"La escritura es un oficio difícil, intrincado y fascinante"

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FABIÁN SOBERÓN
Por Adrián Bonilla


Publicado el 18/12/2011 -
El escritor Fabián Soberón carga un bolso negro atestado de libros y películas; sí, el cine es otra de sus pasiones. Eso se nota en los relatos que componen su último libro, El instante, donde hay pasajes que son pura imagen. Parecen sacados de una colección privada de cortometrajes, o de micrometrajes (si cabe el término), y que ofician de presentación para cada relato. Pero lo suyo es la escritura, ese dar vueltas y vueltas a una frase hasta que tal o cual sintaxis le indique que esa es, aproximadamente, la manera en tal o cual personaje ve el mundo. En un bar del centro tucumano, Fabián Soberón piensa bien antes de responder. Y eso, sin reparar en si se puede o no pensar bien.

-Los relatos que componen El instante se parecen estética y estilísticamente a los de Vidas breves, su anterior libro. ¿Esta especie de continuación fue una decisión deliberada?
-No pensé en una continuación. Creo que fui encontrando cierto tono, cierto ritmo en los relatos de Vidas breves y que a partir de ese encuentro seguí escribiendo con ese tono, con esa música. Pero no lo hice de manera consciente. El registro breve e intenso me interesó siempre. Que ese registro haya terminado en la forma de dos libros no es una búsqueda deliberada. Lo que sí es deliberado es mi persistencia en la forma narrativa condensada, concentrada. No me interesa la idea de una obra cerrada y calculada. Yo exploro en las diversas formas narrativas y busco cuál es la que mejor le cabe a cada momento. Escribo en diversos registros y formatos al mismo tiempo. Quiero decir, mientras estuve escribiendo los relatos que integran El instante, estaba escribiendo una novela y dos colecciones de cuentos “convencionales”. La escritura es un oficio difícil, intrincado y fascinante, es una búsqueda permanente que tiene estaciones brevísimas de felicidad y de placer. El resto es puro trabajo, es esmerada investigación y ahí, en medio de la peripecia, de la experiencia denodada, es en donde aparecen ciertas fulguraciones, ciertos destellos que, luego, cuando ya se han cristalizado bajo ciertas formas preestablecidas le llamamos relatos o poemas. En este sentido no persigo una forma única ni una obra encadenada, determinada y segura. No estoy seguro de nada mientras escribo. Mi escritura es una búsqueda que tiene costados ciegos y pequeñas luces intermitentes. Cuando siento que esa intermitencia me devuelve una forma que palpita o que parece funcionar me siento feliz.

-Ya desde su novela La conferencia de Einstein se nota tu predilección por los grandes personajes de la Historia: ¿de dónde nace ese interés por entrecruzar historia y ficción?
-Lo que me interesa no es el personaje por su celebridad. En todo caso, me interesa el costado oscuro o desconocido del personaje célebre. La tensión entre el costado célebre y el lado de sombra es lo que me fascina. Me interesa el pozo de sombras del personaje, ese costado que lo muestra como un antihéroe, como un ilustre desconocido o como un marginal. Darwin se encuentra con Rosas a los veintiocho años. En ese momento era un desconocido, era un don nadie. No había escrito El origen de las especies. ¿Sabía Darwin que iba a escribir ese libro? No lo sé, nadie lo sabe. Ese momento de la vida de Darwin es la que imagino, la que me fascina, no la más conocida. Justamente ahí, en el pozo de sombras, surge la ficción. Jackson Pollock vivía en una provincia, lejos de la urbe del arte, lejos de los escenarios consagratorios del arte. En ese momento Pollock era un marginal. Una noche pinta una obra que anticipa la obra futura pero él no lo sabe. Lo sabe el futuro, es decir, nadie. ¿Qué sucedió esa noche? ¿Ocurrió algo diferente? Esas preguntas disparan el relato, disparan la ficción. La historia es un material para la ficción, no es un punto de llegada. No me interesa la historia en sí misma. Lo que me fascina es el cruce, la línea de sombra entre crónica y ficción, la zona fronteriza, la región confusa y desordenada. En ese sentido me interesa la figura del equilibrista, alguien que camina en una línea compleja y difusa, imposible de saltar. Digo: me veo como alguien que se sube a la cuerda floja y que camina por esa línea sin decidirse por ninguna de las dos regiones laterales, sin decidirse por la clara realidad ni por la pura ficción. Desde esa altura peligrosa e indescifrable escribo los relatos. La única respuesta a un enigma es otro enigma, escribió Severo Sarduy. Creo que hay una zona entre historia y ficción que es enigmática y, por tanto, encantatoria. Creo que lo único que puedo hacer es hundirme en el enigma y resolverlo como un enigma. Si el lector siente que algo de la atmósfera enigmática pervive en el relato, entonces me sentiré realizado, al menos por un momento.

-¿Qué escritor o escritores influenciaron en su escritura?
-Hay muchos, pero en el caso de este libro debo mencionar al Tomás Eloy Martínez de Lugar común la muerte. Para mí ése es su mejor libro. Otros antecedentes memorables son Historia universal de la infamia, de Borges, las Aguafuertes, de Roberto Arlt. Estos autores trazan un mapa de los relatos que cruzan crónica y ficción. Cada uno, a su modo, combina los registros de la crónica y de la ficción. Fundan en esa zona un territorio diferente. Ahora bien, quiero aclarar que casi toda la literatura trabaja en este cruce. Quiero decir, ¿qué escritor no se vale de cierta manera de enfocar la realidad? Digo: me parece que casi todos parten de esa mirada sobre lo real que luego desenfocan y que después arman como una ciudad hecha de ficción.

-Tanto en Vidas breves como en El instante se observa un gran trabajo con la escritura; se nota cierta obsesión por la palabra precisa, por la oración medida; se diría que son poemas en prosa: ¿pensó que esos relatos ordenados en versos funcionan como poemas?
-Me obsesiona el trabajo con el ritmo y con la escansión. Son asuntos que me desvelan. Los relatos de El instante trabajan la frase corta y el adjetivo estudiado. En ese sentido, escribo un relato como si fuera un poema. De hecho, algunos de estos relatos fueron escritos como poemas; es decir, tengo dos versiones de los textos: como poemas y como relatos. La proximidad entre el relato y la poesía es un asunto que me motiva a escribir. Siento una culpa enorme cuando no reviso lo que escribo. Si una noche escribo un relato y, por razones hogareñas, no he podido reescibir esa frase, me acuesto con la angustia de no haber revisado ese fragmento. Lo primero que hago a la mañana siguiente es sustituir las palabras que están de más (o de menos). Quiero decir, en el registro escrito me parece fundamental cuidar la ubicación de los adjetivos, el orden de las palabras, la puntuación, el control obstinado del ritmo. Concibo, en parte, el oficio de escribir como un trabajo minucioso y obsesivo. La vida no tiene un fin en sí mismo, no tiene un orden prefijado. La literatura, en cambio, es la creación de un orden falso, de una geografía especular que encandila porque simula ser un laberinto ordenado.

-¿Está al tanto de lo que se escribe hoy en la Argentina?
-Si, en cierto modo lo estoy. Es decir, estoy al tanto de acuerdo a la medida de mis limitaciones. Me interesa mucho lo que se escribe en el presente. Aunque nadie puede tener una mirada abarcadora del presente, no puedo sustraerme a la fascinación de lo imposible. Leo las últimas novelas de los escritores que admiro, pero no por el mero interés por la novedad ya que la novedad por sí misma es un mito o una mentira mercantil. Leo las últimas novelas porque siento que ahí empieza a latir el primer sonido de la historia futura.

-Vidas breves se caracteriza, entre otras cosas, por su casi total ausencia de política, mientras que en El instante se presenta justamente de esa manera “confusa y desordenada” que te caracteriza: ¿resuelve así la tensión entre literatura y política?
-Sí, prefiero la literatura que establece una relación difusa, indirecta e indescifrable con la política. No creo que una obra literaria deba ser la portavoz de una posición política. El arte, y la literatura, no deberían estar atadas a una demanda identitaria o política. No creo que sea necesario. En todo caso, prefiero a los autores que trabajan la política como los trompetistas que usan sordina para emitir los sonidos agudos y temblorosos de su trompeta. Quiero decir, pienso al autor de una obra como un músico de jazz que está preocupado por el ritmo, la melodía, el tiempo y la medida de la frase. Un trompetista no emite política en su composición. En todo caso, la política aparece como consecuencia inevitable de esa emisión de sonidos. Por eso creo que hay que distinguir entre el autor de una obra y la obra, sea ésta una novela, un conjunto de cuentos o una colección de poemas. Por un lado está el autor, el hombre carne y hueso, y por otro lado está la pieza literaria. Si el autor es comunista o kirchnerista es una decisión personal y libre. Pero creo que la obra no tiene que ser un panfleto o no debería serlo. Creo que la política expuesta de manera obvia y explícita enturbia y desmejora la potencia narrativa o poética de una novela. Por eso, prefiero a los autores que piensan a la política como una música subterránea, algo así como suena el bajo continuo en las composiciones de Johan Sebastian Bach.

-¿Está trabajando en un nuevo libro?
-Sí, estoy escribiendo una novela, un libro de cuentos sobre taxistas y un conjunto de ensayos sobre literatura, arte, música, filosofía y cine. © El Liberal

Escenas en las que lo nimio se transforma en imponente

Domingo 18 de Diciembre de 2011 Por Jorge Consiglio.

La poética que Fabián Soberón (Tucumán, 1973) inauguró con su libro de relatos Vidas breves (2008) y continúa, ahora, con El instante, se asienta en el hallazgo de escenas en las que lo nimio se transforma en imponente.El narrador de estos textos, cruzados por la brevedad, permanece atento al fulgor que se manifiesta en lo cotidiano. En El instante, el punto de vista de quien enuncia escapa de la pirotecnia de los grandes actos. Busca el momento en que los protagonistas diluyen su trascendencia histórica o, mejor, se detiene en el instante en que los personajes se singularizan por el puro acontecer. Es así que Roberto Arlt aparece en Añatuya, en una noche que "dormirá en un rancho, al lado de la bosta de los caballos, sobre la sal espinosa del monte", o Sarmiento, caminando por las calles de París yendo a encontrarse con sus propias claves de lectura, o Severino Di Giovanni, como aprendiz de tipógrafo, entrando al taller, sostenido por el fervor de su ideología. Los protagonistas de El instante se hallan trascendidos por su talento y confrontan con la propia inmediatez. Sus imágenes se refractan en el espejo de lo corriente sin el brillo que implica superar los límites de la época. El autor acierta con la forma de iluminar las escenas. No usa focos narrativos potentes; su prosa, discreta pero de alta sugerencia, arroja una media luz que permite distinguir los detalles que el énfasis, por exceso, termina por eludir. Los personajes de El instante son héroes con entidad humana y este ingrediente no es menor para consolidar el verosímil del texto. En casi todos los casos, el narrador tiene un saber mayor que el de los protagonistas y se pone en evidencia, por lo general, a la hora de darle marco al relato. Este recurso es útil para volver todavía más concreto el enfrentamiento entre lo inmediato y la posteridad. El tiempo del relato es dinámico, por lo tanto, la lectura resulta ágil. Sin embargo, el intento por aprehender el minuto único en el que los cuerpos se alejan de las "moscas de la historia" impone la lentitud como mar de fondo, una morosidad que no es demora sino detenimiento.También, es importante mencionar que esta edición está hermosamente ilustrada por Ramiro Clemente. La energía de cada trazo y el peso de las sombras se conjugan con los magníficos relatos de Soberón. En suma, los textos de El instante, escritos con una prosa iluminada por aristas sutiles, resultan muy precisos a la hora de enhebrar los detalles con que los hombres sortean la tautología del presente. © LA GACETA
http://www.lagaceta.com.ar/nota/470012/LA_GACETA_Literaria/Escenas-lo-nimio-transforma-imponente.html

domingo, 20 de marzo de 2011

La poesía es una forma de disidencia

Domingo 20 de Marzo de 2011 El poeta salteño admite que la poesía siempre ha sido de lectura minoritaria, pero recuerda que el arte existe por razones más serias y complejas que las estadísticas.

Por Fabián Soberón
Para LA GACETA - Tucumán

Recientemente, Ediciones del Dock (Buenos Aires) ha publicado cuatro tomos -Gianuzzi, El verso libre, Dificultades de la poesía, Diario de un libro- dedicados a ensayos, notas y artículos sobre poesía. La colección se propone ahondar en los problemas de la escritura del texto poético, el verso libre, los límites y el alcance del género. Cuidadosamente editados, los cuatro libros incluyen autores procedentes de geografías y poéticas diversas y ponen en cuestión cierto canon de la crítica. Uno de los editores de la colección, el poeta y ensayista Santiago Sylvester, manifiesta en esta entrevista que no había una colección dedicada exclusivamente a estos asuntos y que las reflexiones incluidas en los volúmenes se pueden extender al arte en general.

- ¿Por qué publicar una colección de ensayos, reflexiones, notas y artículos sobre poesía?- Como tantas cosas, esta colección es consecuencia de una buena conversación. Con Rafael Oteriño, Javier Adúriz y Carlos Pereiro, de Ediciones del Dock. Nos pusimos a charlar una noche en Buenos Aires y llegamos a la conclusión de que no había una colección dedicada a este asunto. En realidad, se trata de reflexionar sobre el arte en general, ya que los problemas están muy conectados: aquí sí que la parte incluye al todo, la poesía habla de un espectro más amplio. Las enormes modificaciones del siglo XX, y lo que va del XXI, pegan de lleno en la expresión artística, por eso nos pareció necesario abrir un sitio de debate y reflexión, y nos salió la colección Época, que ya tiene cuatro libros publicados y dos en vías de edición.

- ¿Qué lugar le cabe a la reflexión sobre poesía en la época de la televisión basura?

- La sociedad no tiene una sola dirección, sino muchas: vivimos en una sociedad compleja. Quiero decir que la basura social, que no está sólo en la tele aunque ella sea su escaparate mayor, tiene su presencia lamentable, y la poesía (el arte en general) la suya, distinta: que se toquen o no dependerá de qué hagan los artistas. Por otra parte, la poesía, que ha sido durante siglos una forma del conocimiento o la celebración, resulta ser, hoy más que nunca, una forma de la disidencia: hay un gran placer en decir "no" donde se dice masivamente "sí", y al parecer existe necesidad social de que alguien lo haga. Por este sentido de la disidencia habrá siempre alguien que se dedique a gritar contra el viento.

- Es un lugar común decir que se lee menos poesía. ¿Estás de acuerdo con esa afirmación?

- Siempre la poesía ha sido de lectura minoritaria, pero es cierto que, en relación a la masa de lectores, la poesía tiene pocos fieles. Hay que recordar, sin embargo, que no hay un solo tipo de lector, sino muchos: el que lee libros de autoayuda, o novelas de encargo, difícilmente leerá poesía o ensayos, y viceversa; de modo que hay que considerarlos separadamente. Pero imagínese si Tolstoi se hubiera planteado cuántos lectores leían sus novelas en la Rusia de su época: no hubiera escrito ni Ana Karenina ni Guerra y Paz. El arte existe por razones más serias y complejas que las estadísticas.

- Giannuzzi, El verso libre, Dificultades de la poesía y Diario de un libro (de Girri) son los primeros títulos de la colección Época de Ediciones del Dock. ¿Es azaroso que hayan aparecido esos títulos en primer término u obedece a un plan estético?

- Siempre hay un cruce de azar y planificación. El azar está en el orden de aparición, pero es planificado, por ejemplo, ocuparnos de Giannuzzi y Girri: representan algo en la poesía actual que nos interesa destacar. Igual que el Viel Temperley que está en preparación: un poeta sobre el que ya tenemos que pensar. Por otra parte, los otros títulos son disparadores para que la gente convocada exponga sus puntos de vista.- Al leer los ensayos, artículos y notas, se percibe la participación de autores de diferentes procedencias geográficas y estéticas. ¿Es un propósito explícito de la colección difundir la palabra de autores postergados u olvidados por cierto canon de la crítica?- Sin duda. Una de las primeras condiciones de la colección, aceptada por todos, fue que fuera representativa de todo el país. No nos interesa mostrar una parte, por importante que sea, sino recoger la energía que abarca el país real: completo. Tampoco nos interesa encasillarnos en una estética determinada, siendo el momento actual tan ecléctico.

- ¿Qué lugar tienen los diarios, las anotaciones marginales, los desvíos ensayísticos y las reflexiones de un poeta en la elaboración de un poema y en la lectura de poemas?

- Para mí, tienen muchísima importancia. Tengo siempre un cuaderno donde anoto cosas que tal vez se desarrollen en un poema, o en un ensayo, o queden ahí, en estado de inminencia. Yo escribo mucho sobre anotaciones rápidas: luego las elaboro para ver qué sale. Y, ya fuera de lo personal, ahí está ese libro extraordinario de Girri, que publicamos: anotaciones al margen de un libro de poemas que estaba escribiendo. Es un material fresco, casi espontáneo, como espiar por la cerradura a un escritor en el momento que escribe.
© LA GACETA

Sobre el amor
Por Santiago Sylvester
No importa dónde nace el amor (los nacimientos son asuntos de registro o de parroquia) pero sé que no dura al aire libre, en ese prado aséptico con un molino al fondo. Nace en cualquier parte pero no prospera en la ilusión bucólica: busca la complicación, no el caos pero si su orilla, un cuerpo espeso de tejidos y de material residual, y busca sobre toda la armonía que es donde, si nos descuidamos un instante, muere por falta de necesidad.