sábado, 22 de noviembre de 2008

ATALAYA

Abril es el mes más cruel

T. S. Eliot


1

Abril no es el mes más cruel. Emilio se despertó con el chirrido molesto de una motocicleta. Sus ojos se abrieron en abril. Se desperezó, se levantó de la cama, salió de su habitación para ir al baño y observó un sobre blanco en el piso y lo recogió. No pudo ver el rostro del cartero. No había remitente ni sello. Solo leyó su nombre. Sr. Emilio Rossi, presente. Abrió y leyó. Mi socio me pide que le envíe esta carta. Soy Celia, usted no me conoce, o sí, nos cruzamos en la calle Córdoba el sábado a la siesta. Usted iba con un sobretodo azul. Caminaba rápido, como vigilando que nadie lo persiguiera. ¿Qué buscaba? ¿Buscaba al tío Rodolfo o a Nielsen? Le cuento por si las moscas. Nielsen ya no está en Rosario. Ha viajado a Chubut. No se pregunte cómo se yo eso. Solo lea esta carta. Queremos el bien para usted. Por lo que sea, pero usted caminaba rápido el sábado. Yo lo vi, usted a mí no. Claro, no conoce mi cara. No importa, mi socio dice que usted necesita un lugar para inspirarse. Dice que usted está escribiendo una novela y que para eso necesita un lugar sagrado, un lugar que emane creación.
Emilio suspiró cuando escuchó que la mujer de la carta decía creación. Aunque no estaba hablando con él, Emilio sintió la voz de la mujer. Su pasión por la literatura alteraba sus sentidos, le hacía escuchar un papel, tocar el aroma de las hojas secas.
Concretamente: el lugar es la vieja estación de ferrocarril. Se puede entrar el domingo. Vaya. No desconfíe. Yo le aconsejo, no, yo no, mi socio dice que las vías son el lugar infalible para crear la atmósfera de la novela. Otros lugares: el edificio de gobierno, una iglesia, el parque frente al río, un estanque, el cementerio.
Emilio, al principio, no le creyó. Sin embargo, un sabor dulce y una imagen difusa le decían que debía ir, que debía creer en esa mujer.
Después de rodeos interminables llegó a las vías. No había nadie. Solo vagones viejos y herrumbrados. El pasto alto no le permitía ver más allá de un vagón que estaba a la derecha. En el bolso cargaba una libreta de tapas negras. Buscó un descanso para sentarse y el cordón de la calle lo ayudó. Se sentó. Miró lentamente a su alrededor y sacó el lápiz y la libreta. Hacía meses que no escribía nada. De tanto estar guardada la libreta despedía un olor a humedad. Miró, incómodo, el cielo, el patio y creyó que en cualquier momento podía aparecer la mujer de la carta. Pensó que alguien lo observaba. Miró hacia el interior impreciso del vagón, hacia los pastos altos, hacia la calle desierta, hacia el horizonte vacío. El rancio olor del bolso, el sol en la cara, la desolación, el temor, todo conspiraba contra su confianza.
Inmóvil, después de horas en la vieja estación de trenes, decidió partir. En la libreta, nada. Ni una palabra. La estación no inspira, pensó. No debo confiar en desconocidos.

Fragmento de ATALAYA, novela inédita de Fabián Soberón
FABIÁN SOBERÓN nació en J. B. Alberdi, Tucumán, Argentina, en 1973. Ha publicado la novela La conferencia de Einstein (UNT, 2006), el libro de relatos Vidas breves (Simurg, 2007) y ensayos sobre literatura, arte, música, filosofía y cine en revistas nacionales e internacionales. El Fondo Nacional de las Artes publicó textos suyos en la Antología de la Poesía Joven del Noroeste (FNA, 2008). Es Licenciado en Artes plásticas y Técnico en Sonorización. Fue docente de Historia de la Música en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán. Actualmente se desempeña como docente en Teoría y Estética del Cine (Escuela Universitaria de Cine), Comunicación Audiovisual y Comunicación Visual Gráfica (Facultad de Filosofía y Letras) y en las cátedras de Guión y narración e Imagen en movimiento II en la Universidad Católica de Santiago del Estero. Fue finalista del Premio Clarín de Cuento 2008. Es director de la revista cultural Mil trescientos kilómetros (www.revista1300km.blogspot.com).

EL JARDÍN DE CRISTAL. Acerca de LA CONFERENCIA DE EINSTEIN

La novela de Fabián Soberón, La conferencia de Einstein, ficcionaliza los entretelones de una conferencia que dictara el físico en la Universidad de Buenos Aires. De la misma manera que la ciencia de Einstein obliga a inducir en los objetos estudiados la relatividad de los puntos de referencia, en esta novela caleidoscópica, cada personaje tiene una ficción que contar y el narrador es aquel capaz de maridar los encuentros y los destinos. Citas inimaginables, encuentros ocasionales en un bar, viajes, reflexiones teóricas y un asesinato a flor de piel. El modelo es siempre el relato escénico definido por el enfrentamiento de códigos y puntos de vista. Enredos laterales, tramas paralelas, duplicación incesante de historias que se superponen.
Soberón es un negociador de enunciados y el intercambio convierte al texto en un tráfico de citas. No sólo por los fragmentos textuales que se repiten y se trasladan de un lugar a otro, por las citas invertidas, sino también por la vocinglería textual que puede pensarse como estereofónica en el registro de voces. La voz erudita y excéntrica del filólogo, la voz enigmática y, por momentos, delirante del científico, la voz evangelizante y profética del astrólogo, la voz iluminada y epifánica del pintor biógrafo.
En tiempos en que en la bolsa literaria los tasadores y peritos del “buen gusto” dirimen las alzas y las bajas del mercado de bienes simbólicos, Fabián Soberón escribe una novela por fuera de la agenda temática dominante y se inserta, con maestría y devoción, en la mejor tradición novelística argentina: Macedonio Fernández, Arlt, Marechal, Piglia y Laiseca parecen ser las señales de tránsito de su recorrido literario. Si es verdad que los relatos sostienen las prácticas sociales y circulan como monedas de transacción y cambio, las páginas de esta novela son los lugares donde el dinero (la plusvalía del género) no duerme. O para decirlo de otro modo, Soberón se arriesga y hace una apuesta literaria: La conferencia de Einstein o la música novelesca que vendrá.

Nota publicada en revista Ñ, Clarín, Sábado 23 de junio de 2007